GRETEL

Estuvimos perdidos algún tiempo, vagabundos hasta que a Hansel se le ocurrió doblar un alambre. El gancho cambió nuestra vida. Podíamos mover las bolsas de arriba, yo sujetaba la tapa del contenedor y a veces encontrábamos cosas que se podían vender.

Una noche llegamos a un quisco de chucherías y Hansel encontró una rendija en la puerta de atrás. Con el gancho conseguimos descorrer el cerrojo y entramos.

Allí estábamos. Yo sólo cogí una botella de agua y dos helados. Hansel empezó a comer chocolatinas como si se fuera a acabar el mundo. Se comió seis o siete, no más, y empezó a llorar porque le dolía la barriga. Se durmió con la cabeza apoyada en mi regazo, con una lágrima parada en mitad de la cara. Yo estuve un tiempo mirándolo y acordándome de cuando nuestros padres nos acompañaban al quiosco y nos compraban alguna cosa. Me dormí también.

Me desperté a la mañana siguiente cuando alguien entraba. Era la vieja. Primero tenía la cara enfadada, porque había desorden, y luego a mi me pareció que miraba a Hansel con un poco de ternura. En ese momento yo aproveché.

Aproveché porque entonces yo tenía poca edad pero mucha calle.

Aproveché y le conté un cuento.

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