otilio y yo

Una novela estoy escribiendo. Es mi pasatiempo, mi obsesión, mi pena y mi alegría.
Todo lo que me pasa últimamente va a parar a la novela. Todo lo que encuentro en el día a día tiene que ver con el tema de la novela. Los personajes parecen que están vivos. Al principio me los invento porque necesito un malo, o a lo mejor necesito alguien que ayude al protagonista, le de un empujón o le ponga alguna dificultad, según. Los personajes son como tienen que ser para que puedan cumplir con su misión en la historia, pero no se qué tiene la novela que a las dos páginas ya empiezan a hacer cosas que yo no había previsto. Yo les doy cuerda porque siempre enriquece la historia. Siempre que la historia siga su curso tal y como la había pensado, la estructura aristotélica siga funcionando y sirviendo a la historia, pero los personajes me dan un poco de miedo, cumplen con su función, no tengo queja, pero hacen cosas que yo no había pensado antes, cambian, se relacionan entre ellos, yo creo que al final de cada capítulo quedan sin que yo lo sepa y hacen sus apaños, no sé quien se piensan que soy, ¿uno que pasaba por aquí? Soy el autor, el que manda, el jefe de esto. Mientras estén en mi novela saben que harán lo que yo diga. Hay uno que me trae por la calle de la amargura. Necesitaba un tipo depresivo en el capítulo tres, en principio no iba a ser necesario en los restantes capítulos, pero me salió tan gracioso como contrapunto del protagonista que decidí dejarlo, como un Sancho Panza. Pero el depresivo me sale con picos de euforia, a veces en el transcurso de una conversación, empieza llorando y acaba dando saltos de alegría. Incontrolable. En el capítulo seis tiene una crisis existencial y dice que tiene que poner tierra de por medio, se marcha. Yo lo dejo ir, los personajes se van y vuelven cuando les da la gana, me lo tomo con tranquilidad, yo los dejo sueltos, pero cuando se salen de la historia los dejo al margen. Si quieren ellos saben donde está la novela y pueden volver a entrar cuando quieran. Yo no pienso ir detrás de ellos, eso lo tengo claro, yo tengo el ojo puesto en mi protagonista y los demás allá cada cual. Total que al final del capítulo nueve el personaje este lleva dos capítulos, casi tres sin aparecer, y me da pena y dejo que otro personaje pregunte por él, entre comillas “lo eche de menos” ¿Qué habrá sido de Oti? Eso es otra, el personaje se llamaba Otilio, pero a las tres páginas ya estaban todos Oti por aquí Oti por allá. Total, que lo mencionan en el nueve, que es como una llamada, y en el diez no aparece, en el capítulo once lo meto un poco a la fuerza, obligado por una carta del notario, para presentar unas pruebas importantes para la historia, pues aparece a regañadientes en el último segundo. Bueno, un poco de emoción, pero antes de que acabe el capítulo vuelve a desaparecer. Yo no voy a ir detrás de nadie. Si quiere una novela para él solito primero que cumpla en esta. Además es un tipo secundario, no puede ser protagonista jamás en la vida, como mucho antihéroe en una historia humorística. Además, lo he creado yo, es mi novela, que nos olvidamos, que en mi novela se puede caer una maceta de un balcón cuando yo quiera y destrozarle la cabeza. Bueno, una maceta, se puede derrumbar la marquesina de un cine y aplastarlo, lo que se me ocurra, cualquier cosa que se me pase por la cabeza. Me está provocando. Por la cara.

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