ARRIBA

 

Creo que estaba jugando al balon. No recuerdo como acabe en el suelo, lo que si recuerdo es este muchacho que me pisaba suavemente el pie y me ofrecia la mano.

Yo le di la mano y sin esfuerzo me puso en pie en un instante.

Me llamo mucho la atencion, sobre todo la tecnica. Con el pie me pisaba y aseguraba que mis pies no se iban a mover, y con una leve inclinación del cuerpo hacia atrás me impulsa hacia arriba.

Me pregunto: “Estas bien?” y sin esperar respuesta salió corriendo en sentido opuesto.

Esa fue la unica vez que hablamos y lo consideré amigo el resto de mi vida. Julian creo que se llamaba.

Coincidí con el Juli alguna que otra vez. En el barrio no había tanto donde elegir, pero nuestros caminos se separaron y creo que el empezó a salir por la parte alta donde se echó novia. En las cenas de la parroquia coincidimos alguna vez y siempre quise tener oportunidad de echarle una mano para devolverle el favor, pero los años fueron pasando.

Y hace unos meses, cuando me había olvidado, me entere de que se sintió mal antes de subir a la parcela, y lo llevaron a urgencias y ya se quedó en el el hospital.

No me lo contaron a mi directamente. Era una conversación que oí, pero me propuse ir al hospital a verlo.

Pasaron algunos dias y vi a su hermana. Como me gustaba su hermana de niño. Ya mayor, con sus hijas, las dos con los ojos de gato en peligro de la madre.

Sin presentarme le pregunte en que habitacion estaba su hermano, y ya me dijo que habia muerto hacia unos días.

Le di el pesame y la abrazé. Ella me conocía y me preguntó por mi madre, que ya no estaba.

Y me volví a olvidar hasta ahora. Se acaba de caer un muchacho delante mia, le he tendido la mano, lo he ayudado a levantarse y he sentido su juventud como una descarga electrica.

El muchacho se ha sorprendido de la presa firme de mi mano huesuda y la maniobra eficaz. He aprendido de los mejores.

Antes de que pudiera reaccionar, lo he mirado a los ojos y le he preguntado: “Estas bien?”


AJUM.

 ERA en la prehistoria cuando todavía nadie tenia nombre y a el lo llamaban Aga.

Era el ruido que hacia cuando mezclaba hierbas y se tiraba todo el día vomitando. Aga, aga, aga…

En el poblado nadie se fiaba de el, siempre haciendo cosas no recomendables, no solo mezclar hierbas desconocidas; también golpear piedras hasta romperlas o subir a los arboles que no tenían comida.

Pero cuando salían del poblado a cazar o recolectar era diferente. Todos seguían a Aga. Sabia como se movían los animales y era el primero a probar los frutos, fueran del color que fueran.

Un día se encontraron una piedra muy grande en medio de la vereda. No se podía pasar. Muchos estaban a punto de dar la vuelta cuando Aga empezó a empujarla. La roca no se movía, y como si de una competición se tratara, todos empezaron a empujar sin resultado.

En uno de esos intentos, coincidió el empujón de dos y la piedra se movió un poco.

Aga empezó a gritar llamando la atención de los demás y consiguió coordinarlos al ruido de A-jum.

Aga gritaba aaa jum! Y todos empujaban al mismo tiempo. La piedra empezó a ceder y al final de la tarde la vereda estaba libre.

No se cazo ni recolecto ese día, pero celebraron lo de la piedra como una cosa heroica.

Desde entonces, cada vez que se encontraban con un obstáculo en el camino, se preguntaban unos a otros : Ajum? Ajum?

Y se respondían ; Ajum!

Con el ajum eran capaces de mover cosas que solos no podían.

Digamos que fue su primer verbo. Sin subjuntivo, por supuesto. Ajum era el nombre de una acción. La acción que se hace entre todos. Seguramente la palabra arrejuntar tiene esas raíces ancestrales.

Maga, la compañera de Aga, llamo Ajum a su hijo y enseño al retoño a ser el primero en acudir cuando alguien necesitaba ayuda.

Aga murió envenenado con unas bayas que tenían buena pinta, pero permaneció algún tiempo en la memoria del poblado. Sobre todo cuando alguien necesitaba ayuda y gritaba: Aaaa-jummmm y llegaba Ajum golpeándose el pecho con la mano derecha y dispuesto a romperse la espalda con cualquier obstáculo.


Nikté y el gorrión.

 El pajarito le enseñaba canciones y poemas al principio.

La niña decía que el pajarito le había contado y era todo tan tierno que mami le preguntaba cuando venían visitas ¿qué te ha dicho el pajarito? Subida en la mesa, tan graciosa con su vestido, recitaba mirando al techo.

Pero un día a papi se le ocurrió pedirle que le preguntara al gorrión sobre las verduras, y el pajarito dijo que las verduras son buenas.
La niña empezó a comer verduras, pero ya no hubo más poemas, las conversaciones de la niña con el gorrión empezaron a girar sobre temas más serios, hasta el punto de que cada vez que los padres pedían algo a la niña, tenían que esperar al veredicto del ave. Siempre eran respuestas sabias y coherentes, pero los padres sentían que su autoridad estaba resbalando hacia un segundo plano.

Y es así, nada puede reemplazar a los buenos consejos de los padres.

Los amigos imaginarios, los peluches amorosos y los animales  parlanchines son buenos complementos, pero nunca deben usurpar al vínculo sagrado del amor familiar.
Tomaron una decisión.

Aprovechando que la niña estaba en el colegio, subieron a su cuarto sin hacer ruido, dejaron unas migajas de pan en el alfeizar de la ventana y esperaron en silencio, conscientes de que harían lo que hubiera que hacer por el bien de su hija.

El gorrión no tardó en aparecer.

El padre dio un paso muy, muy despacio. El gorrión no hizo intención de volar, le miraba con un ojo, ladeando la cabeza.

La madre intentó agarrarle la mano pero el se deshizo muy despacio, y para tranquilizarla le dijo en un susurro:

No te preocupes.Déjame hablar a mi.