Ahora que es de noche el hombrecillo duerme. Me juego lo que no tengo.
A veces estoy fregando los platos y lo veo por la ventana sentado en el parque. Me mira y me dan ganas de decirle, de salir en la calle y tirarle el trapo del fregadero, el que huele.
Pasan las horas, los días, me concentro en mis cosas y me empleo a fondo. La vida está llena de asuntos que atender, importantes, necesarios, útiles, inaplazables. A veces necesito sacar tiempo de donde no hay para organizarme, hacer listas puede parecer una pérdida de tiempo, pero a corto plazo son útiles. Ojalá el día tuviera más horas.
Cuando empiezo a fluir y siento que estoy encarrilado parece que se lo huele. A veces estoy sentado en el retrete y lo veo encaramado al árbol del otro lado de la calle, sentado en una rama con las piernas cruzadas. Me mira con descaro.
Y sobre todo lo de los paseos. Siempre me ha gustado caminar. Me despejo perdiéndome por calles nuevas, descubriendo rincones y me gustaría saber cómo se las apaña para aparecer a la vuelta de la esquina sentado en una cafetería o en la cola del cine. ¿Cómo hace para saber por donde voy a pasar si ni yo mismo lo sé? Observándome como si no tuviera pestañas. A veces sonríe.
2 comentarios:
Cómo son estos hombrecillos, tan traviesos, tan tocapelotas...
Espero que esta entrada sea una reactivación del blog.
Besos.
sala
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