- Nuestro héroe duda antes de salir de casa. Es la hora pero no quiere encontrarse con la vecinita en el ascensor. Porque no puede evitarlo decide repasar mentalmente la película de anoche. Entre los personajes estaba el guionista de la película, atareado en dar trabajo al resto de personajes que buceaban en una historia inadaptable al cine.
- Saludo a la vecina con un movimiento de cabeza. Procuro no mirarla. En la película de anoche el guionista estaba presente como una voz en off. Si hubiera un guionista dirigiendo mis actos podría pedirme que le dijera “que guapa estás hoy”. Pero no lo hay. Si lo hay ha decidido que mire al suelo e intente silbar. Ella no tiene la culpa de ser tan hermosa pero esos pechos me insultan.
- Este hombre me pone nerviosa. Todos los días empiezan igual, sin un miserable buenos días. Ni me mira a la cara. Tal vez debería ir más discreta. ¡Pero si voy discreta! No tengo culpa de que me mire el escote cuando cree que no me doy cuenta. Hundiría su cabeza entre mis pechos, le besaría despacio, guiaría sus torpes manos sobre mi cuerpo mientras el balbucea cualquier cosa.
- Si nuestro hombre supiera lo que la vecinita piensa moriría de la impresión. O no. Tal vez se comporte como un auténtico gladiador. Pero el recorrido del ascensor es corto. Podemos hacer que suban y bajen del sexto al primero varias veces, los vecinos aporreando las puertas… pero se pierde el tono. Sigue mirando al suelo y repasando la película, campeón.
- El guionista dentro de la peli. El tirano benevolente. Alguien que nos pone en aprietos, nos da lo que no necesitamos y nos niega lo que deseamos, obligándonos a avanzar, a continuar la historia. Pero al mismo tiempo alguien le pide al guionista que termine la historia, que pasen cosas, que sea interesante y se pueda vender. Me estoy liando. Este escote me pone nervioso.
- ¿Te ponen nervioso mis pechos? Te diré cosas al oído, sé lo que tengo que decir para que seas feliz. Jugaré con mi dedo en tu pelo, apoyaré mi cabeza en tu hombro y susurraré que eres tonto. Entonces me hablarás. Me dirás que me amas como dicen todos y me preguntarás ¿Qué puedo darte? ¿Qué deseas?
Pues quiero que a partir de ahora me mires a la cara, no a las tetas, y me saludes cada mañana. Buenos días, bonita mañana, como las personas normales, gilipollas.
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