café

Como no podía dormir, estuve gran parte de la noche ensayando las diferentes formas de invitar a café. No apunté nada, todo lo hice mentalmente, y recuerdo que descarté todas las que incluían diminutivos como cafetito o cafelito. Tampoco me parecieron apropiadas las que incluían interrogaciones, aunque ¿Hace un café? Me hacía bastante gracia, pero la interrogación es a veces una invitación a la negativa. También ensayé en el espejo algunas miradas interesantes, probando mis medios perfiles, pero acababa siempre haciendo tonterías. Lo mejor es ser natural. Definitivamente.
Amaneció y aún era temprano. Tenía que haber llamado a las nueve y media tal como había calculado, pero a las nueve y un minuto estaba marcando.

–¿Diga?
–¿Café?
–¿Cómo?
–Que si quieres un café. Te llamaba para invitarte…
–¡Ah! Eres tú. No puedo, ya sabes que hoy tengo la entrevista.
– Si claro, bueno ya sabes, suerte.
–Gracias por llamar.

Entonces colgué. Sin despedirme. Había olvidado completamente que hoy tenía su famosa entrevista. La que llevaba tanto tiempo esperando. La que tanta veces había comentado. Y yo con mi café, encima con interrogaciones. Mientras colgaba flexionaba suavemente las piernas para ayudar a la tierra por si tenía intención de tragarme en ese momento. Pero no me tragó. Me dejó un buen rato lamentando mi lamentable intento. Ella en cambio siempre tan perfecta, preguntando quien era yo en lugar de colgar, agradeciendo la llamada. Perfecta. Lo único que deseaba era hablar con ella a solas, sin gente, y una cafetería me parecía el entorno ideal. No teníamos que tomar café necesariamente, en las cafeterías ponen de todo. Pero iba a ser imposible. Cuando no puede ser no puede ser. Se acumulan los fracasos y acabo sintiéndome mal. Todo por la manía de charlar con ella a solas, lejos del grupo, hacerla reír, tal vez contarle alguna confidencia, algo que sólo supiéramos ella y yo para poder mirarnos con ese gesto de complicidad que me gusta tanto cuando están los demás. Pero no importa, me resigno al grupo, siempre nos quedarán los viernes. Tenía turno de tarde. No desayuné porque no tenía hambre, ni tampoco almorcé. Si hubiera almorzado hubiera des-ayunado también, porque a las dos aún tenía el estómago vacío. Des-ayunar: acabar con el ayuno. ¿No? Y con el estómago vacío y las mariposas campando a sus anchas me marché al trabajo. En Calle Carreterías la vi. Estaba preciosa. Seguro que salía de la entrevista. Venía hacia mí. Aunque no me había visto, aquello parecía inevitable. Cuando estábamos a unos metros, se detuvo a mirar un escaparate y pude volver sobre mis pasos. Tuve que dar un rodeo enorme para llegar al trabajo. Llegué tarde.

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