Anoche te vi muerta – me dijo respondiendo al buenos días.
A mi me dieron las siete cosas. No me lo esperaba. La cuidadora de la mama había soñado conmigo muerta y me lo contaba como quien habla del tiempo.
Por supuesto cambié de tema.
El anillo no aparecía. Estábamos decidiendo si denunciarlo o no. La abuela no había salido de casa, el anillo debía estar cerca.
Los brillantes eran buenos y la pieza era seguro muy cara pero lo más valioso eran los cuentos de la mama. A lo largo de mi infancia y mi adolescencia la procedencia del anillo cambió varias veces, se lo regaló un militar que lo pretendía, se lo encontró sacando agua de un pozo o era un regalo de la abuela.
Ya daba igual. No me acostumbraba a ver a la mama sin su anillo. Sin poderse mover ni hablar, miraba a veces su dedo desnudo y luego al vacío. Posiblemente no se daba cuenta de que le faltaba el anillo, pero estoy segura que dentro de ella algo quedaba.
Yo sospechaba de la cuidadora, María, había algo maligno en su expresión, le hablaba a la mama, que no la podía oír, tan alto para que todos la oyeramos, demostrando un cariño tan interesado, tan culpable tal vez, y encima soñandome muerta.
Gabriel me dijo que me hacía un favor, que aparecer muerta en el sueño de alguien es presagio de larga vida, pero esa mirada se clavaba en mi haciendome daño, recordando los temores de la infancia.
La cosa quedó en nada, el anillo no apareció y cambiamos de cuidadora al mudarnos al campo.
Ya lo había olvidado cuando un día, en el Asilo de Santa Justa volví a ver el anillo.
Había ido a visitar a un enfermo cuando lo ví puesto en un dedo extraño. Era una señora mayor que paseaban en silla por el jardín. Me acerqué y lo pude ver claramente. Era el mismo, inconfundible. Aún más, la señora era María, muy desmejorada.
Ella había sido la ladrona. La pude reconocer por su mirada. Aunque no me reconoció(no reconocía a nadie) la mirada seguía ahí, en el fondo, fria, dura. Su castigo era verse en el mismo estado que la señora un dia cuidó.
Lo tenía que haber dejado así, pero no pude evitar ofrecerme como voluntaria en el asilo, ocuparme de la silla de María y llevarla a pasear por el jardín. Fue tan fácil.
Frente a la fuente, en la soleada mañana, me arrodillé frente a ella y le dije mientras le sacaba el anillo:
Que sencillo es hacer justicia. A lo mejor te hago un favor deshaciendo tu crimen.
Con el anillo en el bolso, devolví a María a su habitación, sin culpas, con la satisfacción del deber cumplido y salí a la calle.
En la puerta me encontré con la sobrina de María. Sorprendida de verme allí me dió dos besos y antes de que me preguntara nada le dije:
Anoche te vi muerta.
(Basado en un cuento de Elo)
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