el asedio

A la caida de la tarde, cuando empieza a oscurecer, el Luxuri enciende sus luminosos.
Son de colores y se ven desde la carretera.
Aquí llega Juan el Bueno, con una idea fija en la mente. Buenas tardes Bruno.
Bruno el portero, acaba de plantar sus pies y cruzar sus portentosos brazos y responde al saludo con un levantamiento de ceja.
Pero Juan no cruza la cortina, se planta junto a Bruno, con su ramo de flores y se queda tan inmóvil como él.
Bruno no se inmuta. No se preocupa. El bueno de Juan no le llega al hombro, tan delgadito junto a los ciento diez kilos de músculo queda fatal. Se retira dos pasos a la derecha.
Mientras los clientes empiezan a llegar, cruzando la cortina, Juan se mantiene inmóvil y de vez en cuando saca el pañuelo del bolsillo de la chaqueta y se seca el sudor del bigote.
Asoma Carolina su linda cabecita por la cortina y mira a Juan de arriba abajo. Saluda a Bruno con un movimiento de cabeza y pregunta:
- ¿No vas a entrar Juan? La Yoli esta dentro.
- Hoy no entro, hoy sale Yolanda.
Pasan los minutos y siguen entrando clientes. Algunos saludan y otros no. Mientras, fuera, los cabezas de familia hacen cuentas y calculan como van a salvar el fin de mes.
Asoma Elisa su voz ronca y sus movimientos de pantera:
- Que guapo vienes hoy Juan. ¿Flores para la Yoli?
- Llevo un rato esperando, haz el favor de decirle que estoy aquí.
Juan se repasa el traje en el espejo, impecable, se retoca la corbata. Mientras, fuera, los jóvenes se reúnen en las plazas y se disponen a comerse la noche.
Asoma Silvana sus ojillos curiosos y su risita:
- Ay Juan, que bien hueles, ¿Qué colonia te has echado?
- La que tenía en casa, nunca me echo, pero un día es un día.
Ya es tarde, la gente entra y sale, Juan no se mueve, carga el peso en la otra pierna cuando se cansa. Mientras, fuera, los contrabandistas circulan despacio, procurando confundirse con la gente honrada.
Asoma Yohana su melena cardada y sus ojos de gata:
- No me digas que traes un anillo.
- He quedado con Yolanda, pero parece que se hace de rogar.
Se acaba la noche, Juan apoya la espalda en la pared sin perder la compostura, sin bajar la mano del ramo. Mientras, fuera, los insomnes cambian de canal, una vez más.
Asoma Lavinia sus uñas interminables y sus ojeras:
- La Yoli no va a salir, me ha dicho que te diga que hoy tiene mucho trabajo.
- Ah, vale.
Sale Juan para no volver. Estira las piernas y deja el ramo en una papelera. Mientras, dentro, la Yoli explica a sus compañeras que ella no le había dado pie a nadie, que la gente se monta la película.
Amanecía cuando Juan soltó el anillo por la rendija de una alcantarilla. Luego volvió con un alambre para intentar recuperarlo, pero esa si que es una historia sórdida que otro día contaré.

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