Todos los ejercicios de la pàgina cuarenta y seis

El señor Julián era guay. Un hombre alto y brillante que lo sabía todo y nos lo quería enseñar.
Yo llegaba a casa con todas esas cosas maravillosas retumbando en la cabeza pero cuando abría la cartera y sacaba los cuadernos y los libros no sabía por donde empezar. Todo repartido en la mesa, desordenado. Me pasaba horas mirando las hojas, la ventana, los tebeos, y cuando caía la noche no había hecho nada.
Un día el señor Julián dijo que no iba a revisar los deberes. Ya eramos mayores. Pasaría lista y nosotros solo tendríamos que decir “sí” o “no”.
Todos decían que sí, y yo no recuerdo si dudé un poco.
Me dijo, “a ver el cuaderno”
Y el cuaderno estaba vacío. No había hecho los de ese día y tampoco los los de los días anteriores.
Me volví a sentar y el señor Julián estuvo toda la hora hablando de la responsabilidad, de las mentiras, de los hombres y los ratones. Algunos compañeros se giraban a mirarme y yo no sabía donde meterme.
Ese día aprendí la tristeza cósmica. Que es una pelotita negra, debajo del corazón. Una pelotita pequeña pero puedes bucear en ella todo lo que quieras, como un astronauta flotando en el espacio.
Pasó el tiempo, y un día me lo encontré. Lo reconocí y lo saludé. El no se acordaba al principio, pero con el apellido se iluminó. Me preguntó muchas cosas, como me iba, qué hacía, me contó cosas de mis compis del cole, me miró de arriba abajo y dijo “mira que hombretón”. Preguntaba cosas sin parar.
Estaba bastante mayor.
Por un momento creí que me iba a preguntar por los deberes atrasados y lo abracé. Como se abrazaba la pareja de Continuidad De Los Parques. Lo abracé y le susurré al oído unas palabras que eran más sentidas que pensadas. Le dije “tranquilo, todo ha pasado, somos libres”

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