El primero no se olvida. Puedo reescribirlo de memoria cuando quiera. De hecho lo repaso mentalmente a veces cuando espero el autobús, cuando fumo en el balcón.
Yo tenia diecisiete años.
Hay un pedazo que siempre me sorprende. Escribí: “prefirió abandonarse al sol primaveral que le acariciaba la calva” No me parecía mio, no me parece mio.
En realidad me agarraba a ese pedazo como un naufrago a una tabla e intentaba volver al momento. Imposible, claro. Crecí, puse los pies en tierra (varias veces, demasiadas) pero el afán de volver a ese momento era tan persistente como paciente.
Hice yoga, relajación, meditación, introspección y alguna cosa mas. Estuve cerca, pero nunca di alcance a la presa.
Una vez, por un momento. Me acababa de levantar y todavía estaba cansado. Estaba quizás derrotado, desprevenido, a punto de volver a dormir, y ocurrió. Un parpadeo quizás. Estaba en mi viejo cuarto. Los posters, no los recordaba, mis primeros ejemplares de El llano en llamas y La metamorfosis, la de Kafka.
No estaba seguro de que fuera real. Ni entonces ni ahora. Estaba solo. Al fondo del pasillo se oía a alguien andando de acá para allá.
- Mama – dije.
- Que? - respondió.
- Te quiero – dije.
- Te has preparado la ropa de deporte?
Que ropa de deporte? Me desperté automáticamente. Di un salto y los posters no estaban. Volví a mis cincuenta y tres.
Es evidente que fue un sueño. La prueba mas clara es que nada ha cambiado. Bueno si. Desde entonces ya no tengo miedo a la muerte.
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