Yo tenía la mercería justo en frente del estanco. No tenía escaparate ¿Para qué? ¿Para enseñar los botones? Los más jóvenes empezaron a escribir las paredes con tizas. Así se comunicaban, quedaban e incluso conversaban ocupando fachadas enteras: “TE HE ESTADO ESPERANDO HASTA LAS Y CUARTO” “LAS Y CUARTO SON AHORA Y NO ESTAS” O bien: “QUE BUENO LO QUE TE HAS PERDIDO” “ESTUVE PERO NO ME VISTE” “ME PODIAS HABER DICHO ALGO” “TE ESTUVE GRITANDO, SORDA” “SI, YA” Al estanquero le hacia gracia al principio aquella forma de relacionarse, incluso fotografió alguna de aquellas conversaciones de mi fachada y la expuso en el cristal de la vitrina de los puros, como cosa graciosa aunque a mi no me hacía gracia porque era mi fachada y él lo tomaba como expresión del nuevo arte que empezaba a manifestarse y me escribía notas que no conservo porque yo entonces no sabía, me decía que no borrara las pintadas, que hacía un servicio social, un poco como cosa de broma. Pero Saúl se enamoró de Laura, y su amor fue tan fuerte que tuvo que plasmarlo en el escaparate del estanco, con rotulador imborrable. Muy bonito, conmovedor “Saul quiere a Laura” pero aquello no había forma de borrarlo. El estanquero frotó con alcohol, raspó con cuchilla, rayó incluso el cristal y Saul seguía queriendo a Laura, incluso cuando se pelearon, “Saul gilipollas” en rojo también imborrable. Desde el mostrador se podía leer al revés. Mejor no mirar, pero si la vista se le iba sola, pobre, ya no le hacía gracia. En el escaparate había un muestrario de pipas y mecheros, el estanquero ya no veía graciosos los recaditos de los muchachos en las paredes. El estanquero ya estaba muy contrariado, le dolía la cabeza de pensar en círculos, a quien le hace daño el cristal, todos hemos sido jóvenes, olas de rabia rompían en el escaparate. Pensó en tapiar el dichoso escaparate, las pipas no se vendían tanto. En esas reflexiones estaba cuando llegó el definitivo “LAURA PUTA” tan en el centro, tan grande, incomprensible, si la semana pasada se amaban tanto. El cristal nuevo llevaba un tratamiento especial que repelía cualquier tipo de pintadas, costó un pico. El estanquero no volvió jamás a sonreír cuando veía a un niño con una tiza. Nunca más tuvo ningún gesto de simpatía con los chicos que pintaban las paredes, nunca, digan lo que digan.
capítulo afónico
Yo tenía la mercería justo en frente del estanco. No tenía escaparate ¿Para qué? ¿Para enseñar los botones? Los más jóvenes empezaron a escribir las paredes con tizas. Así se comunicaban, quedaban e incluso conversaban ocupando fachadas enteras: “TE HE ESTADO ESPERANDO HASTA LAS Y CUARTO” “LAS Y CUARTO SON AHORA Y NO ESTAS” O bien: “QUE BUENO LO QUE TE HAS PERDIDO” “ESTUVE PERO NO ME VISTE” “ME PODIAS HABER DICHO ALGO” “TE ESTUVE GRITANDO, SORDA” “SI, YA” Al estanquero le hacia gracia al principio aquella forma de relacionarse, incluso fotografió alguna de aquellas conversaciones de mi fachada y la expuso en el cristal de la vitrina de los puros, como cosa graciosa aunque a mi no me hacía gracia porque era mi fachada y él lo tomaba como expresión del nuevo arte que empezaba a manifestarse y me escribía notas que no conservo porque yo entonces no sabía, me decía que no borrara las pintadas, que hacía un servicio social, un poco como cosa de broma. Pero Saúl se enamoró de Laura, y su amor fue tan fuerte que tuvo que plasmarlo en el escaparate del estanco, con rotulador imborrable. Muy bonito, conmovedor “Saul quiere a Laura” pero aquello no había forma de borrarlo. El estanquero frotó con alcohol, raspó con cuchilla, rayó incluso el cristal y Saul seguía queriendo a Laura, incluso cuando se pelearon, “Saul gilipollas” en rojo también imborrable. Desde el mostrador se podía leer al revés. Mejor no mirar, pero si la vista se le iba sola, pobre, ya no le hacía gracia. En el escaparate había un muestrario de pipas y mecheros, el estanquero ya no veía graciosos los recaditos de los muchachos en las paredes. El estanquero ya estaba muy contrariado, le dolía la cabeza de pensar en círculos, a quien le hace daño el cristal, todos hemos sido jóvenes, olas de rabia rompían en el escaparate. Pensó en tapiar el dichoso escaparate, las pipas no se vendían tanto. En esas reflexiones estaba cuando llegó el definitivo “LAURA PUTA” tan en el centro, tan grande, incomprensible, si la semana pasada se amaban tanto. El cristal nuevo llevaba un tratamiento especial que repelía cualquier tipo de pintadas, costó un pico. El estanquero no volvió jamás a sonreír cuando veía a un niño con una tiza. Nunca más tuvo ningún gesto de simpatía con los chicos que pintaban las paredes, nunca, digan lo que digan.
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2 comentarios:
Tengo que reconocerte Bernar que linea a linea me has llevado acelerado a deborar las palabras una detras de otra saciando mi curiosidad, a la vez que me identificaba con aquellos que hacen del mobilario ajeno su cuaderno de viaje, apoteosioco ese final que cambio el punto de vista personal al del estanquero (por supuesto que sin este texto nunca me hubiese puesto en su piel) enhorabuena veo que sigues sin perder facultades,un ABRAZOTE
Gracias por leer. Eres muy amable.
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