el fin de las palabras

Severino se quedó sin palabras. Literalmente. Ni él mismo sabía donde habían podido ir.
Caminaba al trabajo intentando rescatar algunos nombres sencillos cuando distinguió entre la gente a Marcos. No se iba a parar, porque tenía prisa, pero lo tenía que saludar, ya le había visto y se acercaba sonriente sin dejar de mirarlo.
No podía recordar una palabra concreta para el saludo, simplemente no había palabras entre las que buscar.
Afortunadamente, al llegar a su altura todo se resolvió de manera natural. Severino alzó las cejas y levantó ligeramente la barbilla con una sonrisa que no había planeado. Marcos respondió levantando la mano derecha y dijo algo mientras se cruzaban:
—Hey.
Tampoco se quebró mucho la cabeza, pero era una palabra al menos.
Severino entró al trabajo saludando a diestro y siniestro con su movimiento de cejas. Sin problema. Antes de ocupar su escritorio Marta le recordó que había reunión. En aquel momento pensó que las palabras volverían a él en cuanto alguien le preguntara algo importante. Estaba muy relajado. Si algo le preocupaba era esa naturalidad con la que había aceptado la huida de las palabras.
El jefe tenía preparada la pizarra con un gráfico en cada esquina. Con un puntero laser explicó lo mal que iba todo y lo necesarios que iban a ser los despidos que se avecinaban. Severino miraba fijamente al jefe a los ojos sin descuidar la sonrisa. No intervino en el turno de preguntas pero el jefe le devolvió un par de miradas que le garantizaron que ese trimestre al menos no sería uno de los despedidos.
Suficiente. Eso era lo que necesitaba saber.
Puso en orden las cuentas del mes, ordenó los pedidos y tomó café con Anabel y Juanjo. No paraban de hablar sobre lo injusto de los despidos. Severino escuchaba y asentía, aunque algunas palabras no le sonaban a nada. En realidad la mayoría de las palabras eran ruidos, pero los gestos eran suficientes para entenderlo todo.
A la vuelta del trabajo el pequeño estaba jugando al fútbol con unos amiguitos y Severino al pasar hizo un par de regates y casi cuela gol.
Marisa estaba haciendo sus ejercicios de taichí en la sala de estar, la besó en el cuello mientras soltaba maletín y repitió algunos ejercicios con ella. Cuando acabaron la tabla ella le devolvió el beso y le preguntó si había tenido buen día. El sonrió y asintió con la cabeza.
Ya no quedaba ni una palabra, ni un eco. Severino escuchaba a su gente hablar y oía sonidos, reconocía voces, entendía gestos, pero no palabras.
Televisaban el partido y Marisa le había preparado algo de picar. Veinte millonarios corrían por el césped y el locutor parloteaba. Severino descubrió que ponía más énfasis en las partes aburridas del juego, seguramente para llamar la atención de los televidentes. Se emocionó con los goles como siempre. Con el segundo un poco más.
Se recostó en su sofá y se durmió plácidamente, dando gracias a la rutina.

3 comentarios:

Emma dijo...

Me ha encantado este relato y por eso he decidido empezar a seguirte y compartirte.

Emma dijo...

Muy muy bueno

El Bernar dijo...

Gracias por leer y por compartir.